lunes, 10 de noviembre de 2014

Fuimos suyos, fueron nuestros reyes: Arctic Monkeys y The Hives en Bogotá


Si un Coliseo entero te corona como “el rey de Colombia” casi que por unanimidad, algo bueno tuviste que hacer.

Aunque han pasado varios días desde que se apagaran las luces a las siete y media en el Coliseo Cubierto El Campin para dar inicio al que resulto, con distancia, el evento del año; es muy difícil dar un veredicto sobre lo que ocurrió ese día. Mucho más cuando uno es testigo de un choque de estilos muy diferentes entre sí, pero al servicio del indie rock del nuevo milenio. 

Por un lado The Hives, los pioneros junto a The Strokes, The Libertines y The White Stripes en una forma renovada de entender el rock alternativo y hacerlo a la medida de una generación hipermediada. Por el otro, la banda que todos queríamos ver (y muchos más se quedaron con las ganas de ver) por darle el empujón definitivo a ese estilo de vida donde la novedad sonora predomina por encima de seguir a los consagrados de siempre. Por supuesto, hablo de Arctic Monkeys.

La expectativa era grande, los fans (reales o del momento) agotaron la boletería en cuestión de horas y desde junio todos veíamos como el pandemónium era garantizado, viendo dos bandas espectaculares que se ganaron su respeto y popularidad a pulso.

Sin embargo, había dudas que sobrevolaban constantemente las expectativas disparadas que teníamos todos. Por un lado, el hecho de que Arctic Monkeys para la gran mayoría se hizo más “comercial” con su último álbum, AM. Muchos de los fans de siempre le dieron la espalda a ese disco, mientras que seguidores de otro corte aparecieron gracias al éxito de “Do I Wanna Know?”, “Why’d You Only Call Me When You’re High” o “Snap Out Of It”. Cosa que me sorprende, porque siempre he creído que ese fue el álbum que Alex Turner y compañía quisieron hacer desde un principio, pero lo hacen hasta ahora que tienen los medios y la experiencia para hacerlo.

El otro problema parecía ser ese público que llegó con AM. Muchos amigos cuestionaron que eran “fans del momento” o cosas por el estilo y pronosticaban que solo iban a cantar “Do I Wanna Know?” y pare de contar. Mi posición ante eso siempre ha sido escéptica. Después de todo, en parte es por esos nuevos seguidores que la banda de Sheffield finalmente decidió pisar Colombia.

De todas formas, nada de eso me preocupaba realmente cuando llegue al Coliseo a las 10 de la mañana. Diría que desde que me baje del Transmilenio fue la primera vez que sentí una ansiedad real con respecto al concierto. No sabría explicar por qué, pero me preocupaba más encontrarme con unos amigos que venían de Cali y ver si podía cambiar mí boleta para quedar todos en la misma localidad. Me la pase con ellos la mayor parte del tiempo, hasta que finalmente me rendí al no poder cambiarla. De esta forma partimos caminos, yéndose cada uno por su lado y viviendo sus propias anécdotas por separado. Es triste, no quería estar solo esa noche.

El ambiente durante todo el día fue una de las cosas más geniales que haya vivido en carne propia. Sinceramente el hecho de que hiciera un sol tan fuerte en la mañana y una tormenta del mismo calibre en la tarde nos puso a prueba a todos no solo por la capacidad de resistencia, sino por la forma que teníamos todos de sobrellevar la situación sin dejarnos estresar.


Prueba superada. Era como una fiesta no planificada, donde todos celebramos sencillamente ser jóvenes todavía. En un escenario más ambicioso, hasta podríamos decir que celebrábamos que el indie estaba en la cima de su popularidad en esos momentos. No había tiempo para dejarnos fastidiar por las condiciones climatológicas. Al contrario, tanto el sol como la lluvia parecían invitados de lujo en ese ambiente tan distendido.

En la fila hubo dos momentos bien interesantes. El primero, muy personal cuando estaba todavía tratando de cambiar mí boleta y uno de los chicos de la fila, barranquillero, me dice señalando la carpa de Virigin:

- Oye, ¿esa que suena no es “Vlad The Impaler”?.

Me sorprendí. Fui a averiguar y efectivamente el bajo de ese clásico de Kasabian rápidamente me dijo que si, que la canción del emperador rumano estaba sonando en la carpa. Me sentía como un estúpido mientras la cantaba a la nada, pero yo solo pensaba “Del 2015 no pasa”. El domingo lo sabremos…

El otro momento si lo vivimos todos. Desde afuera se pudo escuchar la prueba de sonido de Arctic Monkeys, incluyendo “Do I Wanna Know”,” Arabella”, “Cornerstone” y, contra todo pronóstico “My Propeller” y “Teddy Picker”. Por supuesto, el concierto comenzó afuera para no volver a detenerse.

Finalmente a eso de las 6 y media se abrieron las puertas e iniciamos el ingreso al Coliseo. Por los parlantes se escuchaba “Don’t Speak” de Eagles Of Death Metal mientras pensaba: “ahora si empieza la crónica”. Tomé mi lugar y se escuchaba puro garage por los parlantes. No sabía de qué bandas en concreto, pero si parecía una selección más pensada por The Hives o los propios Arctic Monkeys que por los organizadores del evento.

Eso lo vine a corroborar unos minutos después cuando por las pantallas comenzaron a verse imágenes de Nine Inch Nails, Pixies, Portugal. The Man y Zedd actuando en el Estereo Picnic de este año para promocionar el del próximo año. Obviamente no fueron pocos de los que estábamos ahí que estuvimos en ambos eventos, por lo que la ansiedad se hizo todavía mayor.


Luego de un poco más de garage (alternado con “I Love It” de Icona Pop por aquello de promover el inminente Festival SOMA) las luces se apagaron a las 7 y media en el Coliseo El Campin mientras esa cabeza de la escenografia en plan “Master Of Puppets” iluminaba sus ojos rojos y sonaba la canción de la película Tiburón al fondo. Era la hora de The Hives.



Fuimos suyos y ellos fueron de nosotros por una hora. Esa leyenda del fútbol que era Franz Beckenbauer lanzó una frase para el recuerdo en el Mundial de México 70 "Fui a ver a Pelé y he visto a Rivelino"? Pues bien, más de uno diría en las siguientes horas por redes sociales  "Fui a ver a Arctic Monkeys y he visto a The Hives”.

Y no los culpo. Aunque sabía que iban a poner al Coliseo a bailar como si fueran la banda principal de la noche, nunca me imaginé que todo el público se rindiera a los influjos de Pelle Almqvist de esa forma. Insisto, hablamos de un público que iba principalmente por Arctic Monkeys.


Por fortuna la consigna de todos nosotros esa noche parecía ser gozarlo de principio a fin. Y eso está muy bien, mucho más si tomas en cuenta que el público saltó mucho más durante la presentación de los suecos que en la de Arctic Monkeys. Al menos, desde lo que se podía apreciar en Palco Central. De cualquier forma tuve un momento de gloria personal durante esa presentación cuando tocaron “Won’t Be Long”.


Con un español mal hablado pero igualmente simpático, derrochando carisma y pasión por cada poro de su cuerpo; “nuestra banda favorita de rock sueco” dominó el Coliseo a su antojo. Nichollaus Arson (de aquí en más “el rey de la Telecaster”) en la guitarra no dejó dudas de su sobrado talento para sacar adrenalina pura en cada riff que ejecutaba. Pero mejor dejamos que los mismos The Hives expliquen qué hacen y como lo hacen.


Aunque es una lástima que los de Platino no se hubieran sentado (ya sea que no le entendieron a Pelle, o no podían hacerlo por el espacio tan reducido), si un Coliseo entero te corona como “el rey de Colombia” casi que por unanimidad, algo bueno tuviste que hacer.

De hecho me resultó interesante ver como en la cuenta de Facebook de The Hives, decían que el de esa noche era uno de los mejores arranques de concierto que habían tenido en su carrera. A pesar de ese ambiente tan positivo, no imaginé que causáramos semejante impresión en ellos. Los que estuvieron al día siguiente en Armando Records seguramente pudieron hacer todavía más bulla. En resumen, van a venir bastante seguido por estos lares.


Concluida la presentación de The Hives, volvía a sonar garage rock por los parlantes, mientras se me ocurrió pensar:

- Reto a Arctic Monkeys a superar eso.


Algo ya me decía en ese momento que se antojaba muy difícil para Turner y compañía equipararse de alguna forma con ese show tan monstruoso de los suecos. Desde siempre hemos sabido que los de Sheffield no son de las bandas que dan espectáculo en sus conciertos, sino canciones. Canciones potentes, ruidosas y, cuando se lo proponen, bastante emotivas. ¿Cómo podrían llevar el espectáculo hasta arriba, en los palcos? Pues era un hecho que Platino iba a ser una locura con ellos en el escenario.

Mientras pensaba en eso, suena “Long Hot Summer” de The Style Council. No sé qué tantas personas conocían esa canción, pero mientras pensaba ¿Cómo? ¿Paul Weller sonando en Colombia?, rápidamente lo entendí.

- Ya van a empezar.

Y así fue. Cuando esa bonita canción daba sus últimas notas, las luces se apagaron mientras la banda que definió la música de nuestra generación como solo The Strokes y los propios The Hives lo podrían haber hecho antes que ellos, finalmente salían los Arctic Monkeys al escenario a ritmo de “Do I Wanna Know?”.


Lo que me dificulta escribir sobre esa noche es justamente Arctic Monkeys. La gran mayoría quedo satisfecha de lo que vio en ellos durante la hora y media que estuvieron en el escenario. Y yo también. Incluso puede que el del martes haya sido su mejor setlist en toda la gira. Sonaron firmes, directos, Nick O’Malley condujo todo sin problemas en el bajo, demostrando que no tiene nada que envidiarle a sus compañeros en lo que a la contribución creativa se refiere. Jamie Cook salvo algunos solos estuvo más bien desapercibido, al igual que Matt Helders. En el caso de este ultimo, ni eso le impidió imponer su ley en la batería.

En este caso lo que hace inevitable rascarse la cabeza es Alex Turner. Los primeros días pensaba que ni siquiera tenía ganas de tocar aquí, que tuvo una actitud de divo que no ayudo en nada, que se la pasaba más pendiente de cuidarse el peinado que de interactuar con el público…Pero mucha gente también me hizo caer en cuenta que si lo miras bien, así ha sido siempre. O al menos a lo largo de la gira.

No justifico para nada andar más pendiente de su imagen que de hacer más agradable la noche no solo para nosotros sino para ellos mismos. Pero también hay que entender una cosa: su fuerza no viene de dar espectáculo como The Hives, sino de sus canciones propiamente dichas. No lo entendí hasta que comencé a escribir estas líneas y a repasar lo que viví esa noche.

En resumen, me parece que el problema no fue que Arctic Monkeys no estuvieran a la altura (porque si lo estuvieron), sino que The Hives cambió las reglas de lo que hacía bueno un concierto para muchos de nosotros esa noche. Eso sí, lo que no negociaría nunca es la escenografía. Encuentro fatal que todas las luces se concentren en Alex Turner y dejen de lado al resto de la banda. Esto no es U2.

Al margen de esas discusiones fue un concierto tremendo, en la línea de lo que vienen haciendo en la última gira, por momentos complacientes con la vieja guardia, y por encima de todo demostrando una versatilidad notable.

Sin embargo, me quedó algo de amargura con el público. No fue malo, pero “Do I Wanna Know?” fue el único momento donde realmente la banda y el público nos hicimos uno solo. De allí en adelante era como si todos nos turnáramos para cantar canciones de uno y otro periodo. Ni siquiera se pudo mantener la conexión en “Snap Out Of It”, de la cual pensaba muy ingenuamente que incluso la íbamos a corear más.


Hubo momentos destacados, eso sí. “Brianstorm” por ejemplo retumbó en nuestras cabezas como anunciando la llegada de la caballería. Fue como la invitación cómplice a la vieja guardia para unirse al show. “Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair” sonó aplastante, en “Dancing Shoes” casi me caigo palco abajo por las sillas que no me dejaban saltar tanto como quisiera, y “Crying Lightning” fue como sellar mi deuda con la primera canción que escuché de ellos alguna vez.


No busco juzgar al público con esto, pero me resultó curioso ver que durante esa seguidilla de canciones no saltaban de forma tan colectiva como con The Hives. Es verdad que algunas canciones por su velocidad no lo favorecen, pero es que ni en “Brianstorm” ni en “Dancing Shoes” veías tanta gente saltando en Platino. Eran grupos más separados y menos numerosos los que lo hacían.

De cualquier forma las canciones seguían, aunque ahora con resultados un poco más intermitentes. “All My Own Stunts” y “Fluorescent Adolescent” brillaban mientras “Why’d You Only Call Me When You’re High?” y en parte “Knee Socks” pasaban más desapercibidas. Hasta ahí podías decir que el concierto iba de acuerdo a lo que nos veníamos imaginando desde meses atrás, pero cuando eres una banda con tantas canciones tan buenas, y estas en Latinoamérica, siempre puedes tener un as bajo la manga. Y si viene del Favourite Worst Nightmare, todavía mejor.


Fue increíble. La teníamos atragantada desde la prueba de sonido, y la dejamos salir por completo en esos 3 minutos. Hasta podría pensar que nos ganamos ese derecho esa noche. O bien, los promotores les recomendaron que la tocaran. Lo único claro es que de ahí en adelante no hubo más quejas con ellos.


Rápidamente sueltan “I Bet You Look Good On The Dancefloor” y de nuevo retumba el Coliseo a más no poder con los guitarrazos de Alex y Jamie. No era tanta gente como con “Do I Wanna Know?” pero seguíamos siendo bastantes coreando. Luego suena una de mis favoritas del Suck It And See, “Library Pictures” donde ahora es Helders quien deja constancia de su coordinación y su fuerza en cada golpe que le daba a los tarros. Luego, otra sorpresa cuando interpretan “She’s Thunderstorms” también del Suck It And See, dando inicio a una tanda de canciones que nos iban a conmover sin oposición.

Para conseguirlo, suben un nivel la dificultad en una rendición acústica de “Cornerstone” que para el contexto era como si Oasis hiciera “Wonderwall”. Ni más, ni menos. Por eso es que todavía sin ser de mis favoritas de la banda, el coro no deje de hacerlo con la voz de borracho que la situación ameritaba. Eso sí, cuando le llegó el turno a “No 1 Party Anthem”, me dejaron al borde de las lágrimas. La tocaron con una delicadeza admirable, como si arrullaran a la misma canción con sus instrumentos. Pero claro, siempre hay más. Con Arctic Monkeys siempre hay más. Por eso cuando comenzaron a juguetear con el teclado prendí de inmediato la cámara, porque ya venía venir que todo iba a quedar en su sitio. En ese momento Alex se dirige a nosotros diciendo.
“Bogota, thank you very much for coming. Muchas gracias. This track is called 505”.


¿Cómo no llore en esa canción? No lo sé. Pero ahora sé que soy un insensible. Aunque iba un poco más lenta que en la original, no perdió ni por un momento esa fuerza, esa pasión, esa capacidad de emocionar hasta a una piedra. Cuando las luces se prendieron en el Coliseo y el público gritó “But I crumble completely when you cry”, la emoción en todos nuestros rostros dejo de reprimirse. Si la cuestión durante las horas, días, semanas y meses anteriores era de quienes eran fans de verdad y quienes no, de si preferíamos a los monos que dejaban de ir a una premiación por grabar el vídeo de “Brianstorm” a los que se habían “americanizado”, todo eso se fue completamente de nosotros en el momento en que cantamos a grito herido esa frase.

Abandonaron el escenario, y si bien todavía me sentía vacío por no poder desaforarme como debía por las sillas de Palco que me estorbaban, tampoco podía negar que era algo alucinante lo que estábamos presenciando todos. Incluso con mis dudas en ese momento por el desempeño de Arctic Monkeys, no podía negar que era algo muy emocionante.

Vuelve la banda a dar el cierre que merecía la noche. Primero con una “One For The Road” seductora y energética, que es seguramente la mayor evidencia de que siempre quisieron grabar un álbum como el AM. Si bien tenía pensado grabarla, decidí no hacerlo porque la batería se estaba acabando y quería reservar esas ultimas energías para un momento todavía más bonito. 


Esa letra de John Cooper Clarke siempre me pareció como el punk perfectamente añejo y destilado. Pero cuando Alex Turner puso sus manos en ella puedo decir sin querer dármelas de catador de vinos, que era un Cabernet en su punto. El solo de la guitarra al final le daba más mística a un día pasado por sol y agua, para ceder a un momento más mágico de la noche, donde podíamos imaginar que la luna también quería meterse al Coliseo.

Arctic Monkeys, repetimos, siempre tiene un as bajo la manga. Esa noche tenían uno más. Alex comenzó a cantar algo con su guitarra que se me hacía conocido pero no reconocía muy bien. Mucha gente se unió a cantarla con Alex y mucha otra gente solo miraba sorprendida. Aunque me costó un poco reconocerla en ese momento, finalmente me di cuenta: nos tocaron un pedacito de “Mardy Bum”. Y acto seguido, fuimos suyos.


Concluido el concierto llame a los chicos de Cali para hablar un poco sobre lo que habíamos presenciado. No respondieron. No importó. Creo que yo tampoco habría contestado el celular. Mi cabeza daba vueltas. Pensaba en qué sería mejor, si ser el rey de Colombia o el rey de la Telecaster. Luego me pregunté “¿realmente quiero saberlo?”. Decidí que no, entonces le dije al taxista “al Portal de Suba, por favor”.

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