domingo, 1 de febrero de 2015

Una crónica contra todo pronóstico: Foo Fighters en Bogotá


40.000 personas pusimos nuestra voz, nuestro dinero y nuestro ser para decir que necesitaran matarnos tres veces, y aun así asegurarse de que estamos bien muertos.

No contaba con escribir estas lineas el sábado a las 3 de la tarde. Cuando salió a la venta la boleteria decidí no comprar nada hasta saber si Sonic Highways, el álbum que motivaba esa gira latinoamericana que pasó por Argentina, Chile, Brasil y ahora Colombia, lo justificaba. Esto porque no quería ver a Foo Fighters si solo era por sus clásicos. Siempre he sentido eso como una falta de respeto hacia una banda, sea cual sea.

Al final el disco fue un buen esfuerzo, pero me molestó que se viera limitado a ocho canciones (aun tomando en cuenta lo particular de esa empresa), pues era una buena excusa para tocar tres o cuatro temas de Sonic Highways y el resto rellenarlo con puros clásicos.

Eso en si no es malo, pero en mi no tan humilde punto de vista, es una muestra de que pierden algo de vigencia en esta gira latinoamericana que por primera vez incluye a Colombia. En apariencia no sienten atractivo presentar mucho material nuevo en estos shows, cayendo un poco en recurrir a la nostalgia para llenar estadios. Traducción: ya se están volviendo dinosaurios.

Aun así, había motivos fuertes para ir. Nunca había estado en un concierto en El Campin, y para mi Foo Fighters era un motivo mas fuerte que Paul McCartney para asistir a uno en ese sitio. Ademas, llevarle la contraria a los que se oponen al uso del estadio para conciertos nunca está de más.

Durante meses lo pensé. A veces decía que si, otras que no, dependiendo de cual de todos esos motivos era mas fuerte el día respectivo.

Llegado el día y luego de hablar con varios amigos que estaban haciendo fila, desistí de ir al pensar que me iba a ser imposible la entrada con tanta gente, mucho más sin tener boleta. Tuve que salir de mi casa para verme con mis padres, pero tal vez pensando en que todavía podía darle espacio a lo imprevisto, guardé el dinero suficiente para una boleta de Cancha, en caso de que se presentara la oportunidad de comprar una.

Salí para almorzar con mis padres en Gran Estación, cuando vi que por Facebook alguien decía que el estadio todavía estaba medio vacío. No me sentía seguro. Mis padres me preguntaron hasta tres veces si iba a ir al estadio. Cada vez que respondía negativamente sentía más dudas, sabiendo que (aparentemente) no iban a ser muchos quienes aprovecharan la oportunidad de verlos. Finalmente decidí jugarmela y le pedí a mis padres que me dejaran en la Carrera 30 con Calle 57 para "revisar como estaba el ambiente".

Ellos sonrieron. Ya sabían que antes de las diez no llegaba a la casa.


Compré Cancha Preferencial en reventa un poco mas barata del precio real. Del temor a ser estafado mientras mostraba la boleta pasé a la incredulidad de como, contra todo pronostico, estaba allí. Entrando por donde entraron algunos de mis ídolos a la cancha cada domingo a dejarlo todo y salir vitoreados o puteados. Entrando dispuesto a gozarlo hasta el final. Y claro, dispuesto a escribir estas lineas para hacer mas legendaria esa noche para mi y para quien se atreva a leerlas.



El publico era genial. Relajado, con mucha camaradería y siempre soltando algún comentario para hacer todo mas distendido. El mejor en ese sentido ocurrió cuando los que estaban sentados se pusieron de pie, tratando de ocupar un puesto mejor. Mientras todos corríamos para hacer lo mismo, un tipo mechudo y con barba dijo:

"Esto parece un madrugón de Falabella".

Mientras las bolsas con agua iban y venían por el aire, llegaba el momento del telonero. En este caso se trataba de Diamante Eléctrico, una banda que llegaba con buenas prestaciones por una energía en escena probada y unas canciones ingeniosas tanto en letra como en ritmo. Con un invitado de lujo en forma de Pipe Bravo de Superlitio en teclados, no dejaron indiferente a nadie durante su corta presentación. "Revolver", "Nos Rompemos Igual", "Diamante Eléctrico" así como el sencillo de su próximo álbum "Todo Va A Arder" sonaron a  la altura de lo que podíamos esperar de Juan Galeano y compañía.


Sin embargo, hubo detalles que opacaron su presentación que no necesariamente son su culpa. Por un lado, no les dieron muchas luces, robandoles mucho del protagonismo mínimo que debería tener un telonero. Si Kaiser Chiefs finalmente hubiera hecho de telonero de Foo Fighters aquí, seguramente no habrían admitido tocar en esas condiciones. Pero como estos son colombianos, ¿no merecen lo propio? Por ese lado hubo falta de criterio en los organizadores.

La otra cosa fue a nivel de actitud. Un amigo que estuvo allí me decía que para el la banda se sentía apagada, sin mucha conexión con el publico. Le doy un poco la derecha en eso, pero lo veo mas por el lado de que la banda tal vez esperaba que aun haciéndolo mejor o peor, el publico los insultaría sin importar lo que hicieran. Es nuestra idiosincrasia, desgraciadamente. Si pensaron en eso, no los culpo. Pero por fortuna, el publico respondió bien a su show. Uno que otro nuevo seguidor se han ganado, no me queda ninguna duda.

Concluido el show de apertura, el publico abre las bolsas que les dieron a la entrada con dos flashmob muy interesantes. Uno, inflar un globo que haría parte de una gran bandera de Colombia en forma de miles y miles de globos. El otro, armar un avión de papel y lanzarlo en "Learn To Fly". Mientras todos nos distraíamos en la tarea, sonaba música de Jimi Hendrix, Heart, AC/DC, Led Zeppelin, Deep Purple, y creo que de Creedence Clearwater Revival. Hubo más pero no supe de quienes se trataba.


Finalmente a las 8 y 10 de la noche las luces se apagaron en el Estadio El Campin. Los globos con la bandera de Colombia se tomaron el ambiente y mi visual, pues no pude ver cuando Dave, Chris, Nate, Taylor, Pat y Rammi salían al escenario.


La velada arrancó con “Something From Nothing” y la bandera de Colombia en forma de globos lanzando el desafío sobre la mesa para que unos y otros dieran un espectáculo a la altura. Pasar de la quietud del inicio a la progresiva potencia desgarradora que los acostumbra dejó claro que la noche iba a estar llena de emociones.

Sin embargo, durante esta y “The Pretender” se sentía a la banda como en piloto automático. Probablemente porque todavía no se comunicaban con el público. Aunque temí que pasara un poco como con Red Hot Chili Peppers que aun dándolo todo me hicieron sentir incompleto unos años atrás, pronto la magia de El Campin disipo mis dudas iniciales.

Turno de “Learn To Fly” y los aviones de papel sobrevuelan la escena, demostrándonos a nosotros mismos que en caso de que Foo Fighters no pudiera dar todo de sí, nosotros si lo haríamos. El hielo realmente se vino a romper en “Breakout”, que más descomplicada ya se sentía más a tono con la banda que sabía darse sus ratos de comedia y humildad en el escenario. 

El calentamiento había terminado, ahora si iban en serio.

Pero que el concierto pasara de ser el evento del año a dos horas y media que ni la banda ni nosotros olvidaríamos nunca, solo fue posible con “My Hero”. Justo cuando iban a botar el último coro, el sonido se apagó junto a las dos pantallas laterales, obligándonos por un lado y luego de un chiste echándole la culpa a Petro por el apagón, a corear el nombre de la banda para que no se enojaran y abandonaran el lugar. Por el otro lado y viendo la entrega incondicional de todos, Grohl piensa “¿qué haría Freddie Mercury?” y corre por la pasarela del escenario levantando los manos y haciéndonos gritar:

“There goes my hero
Watch him as he goes
There goes my hero
He’s ordinary”.

Luego, unas palabras para en cierta forma reconocer que no éramos un público cualquiera.


Acto seguido, un Happy Birthday coreado por todos al que Grohl respondía que no era su cumpleaños, pero que igual agradeció. Pasan a tocar una correcta versión de “Big Me” y una mejor de “Congregation”. Buena evidencia de que las canciones de Sonic Highways, a pesar de mis propias dudas, funcionan bien en vivo. Después se despacharon una “Walk” en la que agoté casi todo lo que daba mi garganta y mi cuerpo saltando y coreando. No por nada Wasting Light es uno de mis trabajos favoritos de los Foo.

Acto seguido se presenta la banda. Chris Shiflett con un solo que tuvo tiempo hasta de sacar a pasear a “Eruption” de Van Halen, Nate Mendel haciendo el bajo para que Taylor Hawkins cantara “Another One Bites The Dust”, el teclista Rammi Jaffee haciendo un momento chusco en los teclados, Pat Smear que solo permanecía quieto, disfrutando la gritería del público que nunca olvidara que hizo segunda guitarra para Nirvana por unos meses y le dio vida a los primeros riffs de Foo Fighters, fumando su cigarro y haciendo algo parecido un solo que no entendimos lo que era, pero se aplaudió igual.


Luego se presenta Hawkins golpeando los tarros un rato, y finalmente Grohl es introducido por aclamación popular. En vista de que “no hace un puto solo”, sencillamente canto unos segundos de “Blackbird”, original de The Beatles.

Presentaciones hechas, Hawkins asume de nuevo la voz líder en la hermosa “Cold Day In The Sun”, que le daba unos instantes de tregua a la garganta de Dave, quien nuevamente vuelve a calentarla en “In The Clear”. Pienso que perdió algo de puntos por no tener los arreglos de la versión de estudio que le daban sentido al experimento grabado en Nueva Orleans. En vivo como que era una canción más, pero tampoco hizo que bajara la calidad del espectáculo.


Vuelven a echar mano a los clásicos, en este caso a “Monkey Wrench”. Siempre poderosa, energética y con todos empujando y golpeando, como forzando el pogo sin que finalmente se diera. Hicieron antes del puente un interludio donde ocurrió uno de los momentos más espectaculares de la noche. El público comienza a improvisar un coro colectivo mientras la banda toca y las luces de todos los dispositivos moviles y de video nos hacen sentir a todos "más cerca de las estrellas". De las de rock y de las de Bogotá, cosa de la que el mismo Grohl se sorprendió. 

“Nadie había hecho eso en toda la gira”, dijo.

Y acto seguido…


El show seguía y ahora era el turno de “Arlandria”. Me sorprendió un poco que la tocaran, creí que iban a jugársela por “White Limo” o “Rope”. Buena elección de todos modos. A continuación Grohl decide ir a la parte final de la pasarela para tocar más cerca al público que estaba en las últimas filas y en la gradería Norte. Allí se despachó una “Skin And Bones” soberbia con Rami Jaffee en el acordeón y una versión acústica de “Wheels” que vino precedida por una instrucción de Grohl:

“Normalmente digo antes de cantar esta canción, que si hacen los coros conmigo, vamos a volver algún día”.


Los 40.000 en plan “tus deseos son órdenes”, estuvimos a la altura de esa exigencia del libreto. Si la memoria no me falla, en esa parte Grohl dice que fuimos el mejor público de la gira latinoamericana. Incluso dejó claro que hablaba en serio, pues no eran “los jodidos U2”. Acto seguido, “Times Like These”.


Curiosamente esa canción me recordó a Bono y compañía. Como que tiene ese carácter redentor de “Where The Streets Have No Name”, pero en clave post grunge-hard rock-rock contemporáneo. Primero Dave solo con la eléctrica, luego toda la banda para la segunda mitad.

Llega la hora de los covers, que tal vez sea donde encuentro la parte más cuestionable de su presentación. ¿Por qué? Bueno, yo entiendo que se sientan obligados a mostrar sus raíces y sus héroes a su audiencia, ¿pero era necesario hacerlo con tantos covers? Uno o dos habrían estado bien, pero se despacharon cuatro. Pienso que varias canciones (incluyendo las que estaban en el setlist y finalmente no tocaron) pudieron tocarse en vez de hacer tantas versiones. Digo, íbamos a ver a Foo Fighters, no una oda a la nostalgia de tiempos que no volverán.


Pero, y de forma paradójica, entiendo sus motivos. Saben que muchos de nosotros nunca vimos a Kiss, Rush, AC/DC, Queen o David Bowie en vivo (no al menos en sus mejores versiones). En consecuencia, se sienten responsables de capturar esa energía y transmitirla de la forma más honesta posible.

Respecto a los covers (que tocaron en la parte media de la pasarela), sonaron estupendos. “Detroit Rock City” me recordó mis primeros años husmeando en el rock, “Tom Sawyer” sonó brutal (apenas justo para ser seis personas haciendo lo que normalmente hacen tres), “Let There Be Rock” se sentía renovada en la voz de Grohl y el bajo de Mendel, y “Under Pressure” con el técnico de sonido haciendo el pseudo-striptease fue efectivamente el momento más cercano para muchos de nosotros de sentir en carne propia la calidad de Queen y Bowie en un escenario. Aderezada, claro con el buen sentido del humor de Dave.


Luego de los covers, el remate. El golpe de gracia. Primero con una “All My Life” que no pierde ni perderá fuelle cuando se trate de disparar la adrenalina. Luego con la redención de “Best Of You” que entre su interludio y los primeros sintomas de agotamiento en la voz de Grohl sacó otro coro colectivo al que el vocalista solo pudo decir:

“You, guys, are the champions. You’re the best audience of the tour”.


El rugido de aprobación y las lágrimas de muchos no se hicieron esperar. Concluida la canción, Grohl nos pregunta que si Foo Fighters vuelve a Colombia, nosotros iríamos a verlos nuevamente. Luego del respectivo rugido de aprobación, la frase...

Hubo muchas cosas que dijo Grohl y resultaron memorables esa noche. Casi como epitafios para irse a la tumba, tranquilo y satisfecho por el deber cumplido de justificar la plata (cobrada por la banda y pagada por nosotros) y gozarse ambos entes (banda y publico) esas dos horas como si fueran las últimas de nuestras vidas. Pero una frase, una, quedo tatuada en mi memoria. Una que siempre voy a identificar con el concierto más inesperado de toda mi vida. Una que por cuatro o cinco minutos hizo que sepultara eso de “poder decir adiós es crecer”.

“We don’t like to say good night. Or goodbye. We just say this…”.


Por muy cliché que suene, es mi canción favorita de Foo Fighters. Durante los últimos meses o años había olvidado por qué lo era. Esa noche, ese riff que podía acoplarse a cualquier velocidad, una letra que sin complejos o pretensiones de grandeza se hace, efectivamente, grande. Tan grande que hasta Bob Dylan reconoce su maestría. Esa noche, recordé por que admiraba a Grohl como a pocos en este mundo. Porque ni la sombra de Nirvana fue tan fuerte como para doblegarlo. Porque su empeño en superarse nos inspiró a todos. No solo a los 40.000. A todos los que se quedaron por fuera y con las ganas de verlo, también.

Porque aun sabiendo que son cualquier cosa menos perfectos, saben que lo suyo es hacer rock puro, duro y sin sentido. Directo al hígado, ahí donde están las emociones. Porque aun cuando digamos que el rock está muerto, que el reggaetón, las divas pop de turno, los DJs, los Silvestres y los Nule se llevan la plata que el rock podría y merece tener en Colombia, 40.000 personas pusimos nuestra voz, nuestro dinero y nuestro ser para decir que necesitaran matarnos tres veces, y aun así asegurarse de que estamos bien muertos. Ni hablar de Foo Fighters, que van camino a ser el dinosaurio mejor conservado de la historia del rock. Uno que sabe hacer de un problema técnico un recuerdo imborrable en la mente de sus incondicionales.

Todo terminaba con la bandera de Colombia y el logo del club de fans en las manos de la banda, mientras sonaba por los parlantes “Surrender” de Cheap Trick. Pero no para mi, pues en ese momento se me cruzó por la cabeza una idea algo boba, pero necesaria.

Como saben muchos de ustedes, en este blog siempre he buscado que fútbol y música no sean enemigos, como en ocasiones lo son en este país. Para corresponder a esa misión autoimpuesta, le di la vuelta olímpica al estadio al ritmo de esa canción, aprovechando que era la primera (y probablemente la única) ocasión en que estaba en la grama de El Campin. Para mí fue como reconocer que, muy en el fondo, soy un futbolista frustrado. Uno que alguna vez soñó con darle al menos una estrella de campeón a Millonarios, pero que en cambio nunca se vio yendo a ver un concierto en ese estadio.

Ahí terminaba una historia que no esperaba vivir. Y ahí, parado en el puente mientras veía a la gente dispersarse por toda la ciudad y todo el país, comenzaba a escribir esta crónica. Una que no esperaba escribir.

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