jueves, 25 de febrero de 2016

¿La música ha muerto?


No, anda de parranda (?).

Lo juro, de forma consciente evadí de todas las maneras posibles cualquier cosa relacionada con los Premios Grammy hace unas semanas, y en esta hice lo propio con los Brit Awards. Me prometí no hacer menciones a la primera de estas ceremonias (de hecho, no la vi). Pero aun sin verla tuve que leer como un suceso tras otro era mencionado con quejas en mi timeline. Se fueron acumulando tantas cosas, tantas malas decisiones en los ganadores, tanta amargura en redes por lo que pasaba en ese auditorio que al final me tuve que unir al club de los que le dan demasiada importancia a unos premios que, en su mayor parte, premian la lamboneria a los peces gordos.

A pesar de lo anterior, no hablaré de Justin, no hablaré de esos tributos tan destiempo como hipócritas (por parte de la organización, no de los artistas en el escenario, debo aclarar) a la memoria de Bowie y Lemmy, ni de Johnny Depp, ni de la sordera confirmada de los gringos para elegir Drones como mejor álbum de rock (que tiene su equivalente en darle el premio a Mejor Banda Británica a Coldplay por encima de Foals en los Brit). Hablaré de algo más importante: la sensación que parece tener un sector considerable del publico de que la música ha muerto otro poquito luego de una nueva edición de esa cosa que los creadores de Los Simpson ni siquiera consideran un premio.

Como que mucha gente se alarmaba diciendo que eso nos iba a representar de aquí en adelante a nivel musical, que era el signo de nuestra decadencia al ver cada vez más como la música se vincula al entretenimiento antes que a la cultura. Mucha desazón con el futuro de la música y los futuros artistas.

Pero... No estamos tan mal, ¿sabe?

Si acaso, los nombres rutilantes que se presentaron anoche tienen incidencia en un sector de la población. Considerable, si. Suficiente para considerarlo un éxito comercial y reedituable, también. Pero no tanto como para ser fenómenos mundiales tipo Michael Jackson o Madonna en su momento. Swift, Sheeran, Adele e incluso Gaga basan su éxito en llegar a la cantidad de personas suficiente para ser considerados un éxito, más no por ser de facto fenómenos mundiales. Gaga estuvo cerca de ser algo así, pero lo suyo resistió apenas un disco. Su tributo a Bowie fue, supongo, un nuevo intento por revitalizar una carrera que hace rato no da pie con bola. Diplo sigue esperando…

Como contraposición a ese sector, hay otro que no se rige por lo que hacen los Grammy o sus responsables detrás de la cortina en el que, supongo, debo incluirme. No seguimos Billboard como si fuese la Biblia, y últimamente encontramos cada vez más motivos para dejar de hacerlo con Pitchfork o el NME. Todavía seguimos buscando por nuestra cuenta esas respuestas que dejamos de encontrar en esos lugares. Buscamos marcar los tiempos bajo parámetros distinta a los discos de platino, tal y como lo hicieron en su momento Rough Trade, Factory, Matador y Sub Pop entre otros. De igual manera, siempre hay alguien que por soberbia o por limitaciones propias de su medio debe inventarse sus propias reglas.

Pongamos un ejemplo. Kanye West lanzó The Life Of Pablo este mes y dijo que solo estará disponible en Tidal. Se saltó la regla de la industria que implica lanzar en formato físico (más o menos en el mismo momento en que Taylor Swift respondía a la desobligante mención que hizo West de su persona en el sucesor de Yeezus). Lo que hizo no es particularmente innovador, solo es algo que tiene mucho ruido por la verborrea que acostumbra el personaje. Sin embargo, es una demostración de que esa industria que busca justificar de forma cada vez más desesperada su relevancia entre los consumidores ya no resulta suficiente ni siquiera para sus propios consentidos.

De todos modos lo importante no es que West se salte la regla (como ya lo hicieron parcialmente Radiohead y Nine Inch Nails antes que él) sino el hecho de que, nos demos cuenta o no, llevamos unos 70  años haciéndolo. Es decir, desde que nació el concepto de "industria musical". Sea a punta de casetes y vinilos piratas o descargando archivos mp3, siempre nos ingeniamos algún método para evitar comprar por las vías “legales”.

Esa práctica es generalizada, tanto para los que son regidos por la industria tradicional como para los que no. Si ese tipo de premiaciones fueran tan importantes como dicen que son más allá de prestigio en términos de ventas post-ceremonia, la piratería no sería un problema tan grande para la industria. Con cada año que pasa y con una facilidad cada vez mayor de acceder a ese tipo de contenidos, esa afirmación queda cada vez más en entredicho.

Es ahí donde encontramos la música que realmente nos ha importado en el pasado, y todavía hoy. Entonces, ¿De qué nos preocupamos? ¿Es que de repente vamos a dejar escuchar la música que siempre nos acompaña en cada momento de nuestras vidas solo porque un premio no determina a los mejores bajo criterios que se acomoden a los nuestros? No. Eso no va a pasar. Porque ni Motorhead ni Queen obtuvieron nunca un Grammy y son incontestables cada uno en su terreno. Porque Bowie solo ganó uno y no fue por meritos estrictamente musicales (cosa que no les impidió ser tan hipócritas de armarle un homenaje desde lo musical). Porque cuando le llegó la hora a Muse de ganar uno fue con el peor trabajo de sus carreras hasta la fecha. 

Pero el motivo principal es que los verdaderos genios de la música del siglo XX no lo fueron por premios, sino por contribuir a la cultura de su tiempo con nuevas ideas y formas de encarar la música, más allá del glamour. Si no fuera por eso los Stones, James Brown, Afrika Bambaataa o Frankie Knuckles no serian nombres citables en estos días.

Encontraré credibilidad en una ceremonia de esas cuando gané todo lo que pueda ganar en una noche el “Boogie Navideño” de Los Simpson. He dicho.

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