Estar ahí era, más allá de precios, una rebelión.
Creo que ya se volvió costumbre para mi eso de que la ansiedad por estar en Estereo Picnic me da es justo ese día. Los ciento y pico de días anteriores mi vida transcurre normal. Pero cuando llega el momento de irme hacia ese potrero adecuado para ser un paraíso de bandas y gente rara por tres días, ahí si la cosa cambia. Son tres días donde me apropio de ese lugar, lo siento como mi casa y me muevo por allí como si fuera el caso. Es lo mínimo que se puede hacer cuando se paga tanto por un combo de tres días.
Ese día, lo de siempre. Corriendo desde mi lugar de trabajo hasta el Portal del Norte para encontrarme con algunos amigos que venían de otras ciudades de Colombia, con respiración agitada y mariposas en el estomago cada vez que se detenía el bus, como pensando que el tiempo se acababa antes de que la fila se hiciera insostenible y tuviera que demorarme en ingresar como el año anterior... Por fortuna en esta ocasión decidí salir una hora antes para darnos un margen de tiempo decente en caso de que hubiese demoras en la fila.
Nada de eso era tan necesario como pensaba. No para mi y para un amigo de Medellin, que pudimos reclamar sin problemas nuestra manilla unos días antes del evento para no tener que hacerlo en el lugar y demorarnos nuevamente. No corrió con la misma suerte nuestro amigo de Cartagena, que debió hacer esa fila en medio de la lluvia, esta ultima una amenaza constante durante los tres días. Como llegamos una hora antes de que empezara todo, nos refugiamos bajo el techo del Escenario Pepsi con otros cientos de personas. Pasada la tormenta, nos aprestamos a encarar un día que prometía ser coyuntural por lo que estaba pasando en la Carrera 30 con Calle 57 a esa misma hora.
Ese jueves en Bogotá se marcaron dos posturas bien claras y opuestas por parte de dos generaciones antagónicas. Una, centrada en el pasado y que asistía al concierto de los Rolling Stones en el Estadio El Campin para cumplir esa cita con la historia en otros tiempos, imposible de gestar. Mi acompañante de Medellin decía que en el vuelo que tomó esa mañana veía puros adultos mayores que iban decididamente a ese concierto. No voy a llamarlo anacronismo como tal porque se de gente que estuvo ese día en los Stones y al siguiente en Estereo Picnic, pero ese jueves en particular se marcó una brecha entre ellos y los que nos fuimos al Mundo Distinto de T310.
La otra postura no está necesariamente asentada en el presente, pero mira hacia nuevos horizontes porque ya pide una renovación a gritos. En el mejor de los casos ven como una perdida de tiempo ver a los Stones lejos de sus mejores años, y en el peor consideran el asunto como puro anacronismo. Convengamos también que el asunto de la oblea de Jagger se exageró demasiado en los medios, lo cual pudo contribuir al desdén y a la reafirmación de que estar en Estereo Picnic era, más allá de precios, una rebelión.
Tres cosas que ocurrieron en esas primeras horas resaltan lo que digo. Una, que la convocatoria de las dos bandas encargadas de inaugurar Estereo Picnic en los escenarios alternos, The Kitsch y Electric Mistakes fue mucho más respetable de lo que uno esperaría normalmente. Lo normal habría sido que todos estuviéramos esperando a las 1280 Almas en el escenario principal, pero no. Eso sí, también ellos tuvieron su gente y también la hicieron mover.
Dos, aunque no sé si las Almas lo hicieron, el hecho de que tanto The Kitsch como Electric Mistakes básicamente hicieran mofa con la presencia de los Stones a unos kilómetros de ahí. Juan de Electric Mistakes de hecho le agradeció al publico por no ir a ver al "Jaggersaurio Rex", capitalizando muy bien la coyuntura. Tres, que una especie de subcultura con historias propias de sus asistentes parece haber cobrado forma alrededor de Estereo Picnic. Me remito a la dedicatoria que hizo The Kitsch a este personaje, previo a una de sus canciones.
Hecho ese intento de contexto socio-cultural, pasemos a la música.
Tenía muchas ganas de ver a The Kitsch en esta edición y confirmar por cuenta propia si su directo era igual de bueno a las canciones que han lanzado hasta el momento en sus dos EPs. Hacia allí, el Escenario Huawei, dirigí mis pasos para comprobarlo. Y si.
Hay un presente ahí que pide ser explorado a gritos por todos nosotros. Cosas del garage, del punk y del surf que impulsadas por los golpes de la batería de Oscar le dan una excusa a Jefferson y Albert para darle con toda la fuerza del caso a sus instrumentos. De igual manera, esos golpes le dan vida a letras que bien tratan historias muy propias de uno, bien parece que pudieran leernos la mente al pie de la letra. De trivialidades aparentes pueden sacar material para identificarnos con ellos. Los que vamos a Estereo Picnic con regularidad no somos el tipo de gente a la que le pasan cosas muy sorprendentes o sobrenaturales fuera de ese lugar, y de hecho tenemos cierta fijación con esa suciedad vintage del pasado que se relaciona con el surf y el garage de los sesenta. The Kitsch usa ambas cosas para forjar una identidad a su alrededor, sin tener que pensar demasiado en términos de mercado, publico objetivo y ese tipo de cosas. En síntesis: nos caen como anillo al dedo.
Hay que pararse bolas al debut que están grabando en estos momentos, Amor A Primera Vista. Promete bastante, tomando en cuenta lo consolidado de su estilo en el último año.
Podrían decirse palabras similares de Electric Mistakes, que en las tres canciones que los pude ver sonaron ajustados, enchufados y totalmente entregados a la respetable cantidad de público que convocaron en el Escenario Pepsi. Eso a pesar de que Juan (por lo que pude enterarme después) tenía algunos problemas para cantar. No sobra decir que luego de ver a esas dos bandas no me sentí para nada mal por perderme a las 1280 Almas, con todo y que en principio eran mi prioridad.
Como no teníamos afán de pasarnos al otro escenario y no nos interesaba realmente ver a Of Monsters And Men, decidimos quedarnos a esperar a otro The Strokes en solitario: Albert Hammond Jr.
Existe un pensamiento generalizado de que en los últimos años y con las ganas que tenemos de ver a los neoyorkinos en el país, nos hemos tenido que conformar con verlos por cuotas. Hace unos años tuvimos a Julian Casablancas presentándose con su banda acompañante, The Voidz, en la edición del 2014 y este año el turno fue para el guitarrista estrella de los creadores de “Last Nite” y “Reptilia”.
Apartando eso, me dejó boquiabierto durante su presentación. Aunque sabía que su Momentary Masters del año pasado era notable, no vi venir nunca esa demostración de versatilidad tan sorprendente. Uno de mis acompañantes consideraba in situ que su acto era más interesante que la carrera solista de Casablancas. Lo entiendo perfectamente. Había más variedad de estilos en sus canciones, una menor presión para hacer algo distinto o demasiado excéntrico, se mueve bien como guitarrista rítmico o solista, se compenetra bien con sus músicos acompañantes y por si fuera poco demostró que es un frontman en toda la regla. En esa faceta y por increíble que parezca, no tiene nada que envidiarle a Casablancas.
Concluida esa presentación, decidimos que aun no teníamos afán por ir al Escenario Tigo, pues realmente lo que nos importaba de allí era Tame Impala y creímos que si nos quedábamos un rato más para ver a Bad Religion aun podríamos acceder a una buena posición para ver a los australianos. Después nos daríamos cuenta que fue un craso error, pero al menos para quien escribe esto fue un error que valió la pena.
Cortico y directo, Bad Religion fue lo mejor del primer día. Una banda ruidosa, directa en el escenario, contundente, sin rastros de veteranía, con Greg Graffin dando clase de cómo ser un frontman; ellos fueron el motivo por el cual dije rotundamente “fuck you” (guiño, guiño) a la posibilidad de ver a los Rolling Stones ese mismo día. Debí haberme quedado a todo el show, pero con saltar al ritmo de "New Dark Ages" tuve de sobra. Con el añadido del estreno de su nuevo baterista Jamie Miller luego del retiro de Brooks Wackerman, fueron el autentico shock del primer día de Estereo Picnic.
El público es un cuento aparte. No tengo dudas al respecto: ningún artista de esta edición tuvo gente así de entregada. Ni siquiera Noel o Florence. Un pogo que durante el tiempo que estuve no tuvo nada que envidiarle a Rock Al Parque. Incluso en algunos tramos se armaban pogos más pequeños que eran independientes del principal. Eso hacía que por momentos el círculo estuviese adelante y en otros estuviese atrás. Si a eso le suman que había alguien haciendo de catapulta para quienes querían surfear en el publico (los lanzaba por los aires para cumplir ese fin), tenemos como resultado que el bajista Jay Bentley suelte el comentario de la noche:
- “Wow, parece que volvimos a 1988”.
Nos quedamos como para 9 o 10 canciones. “Fuck You”, “21st Century Digital Boy”, “We Are The Government” y “New Dark Ages”, tocada por petición del público fueron los mejores momentos en lo que estuve presente. Esperemos que con el nuevo álbum que están grabando pronto les den ánimos de volver. Público hay. Y ganas de repetir, también.
Abandonamos el lugar y mientras caminábamos al Escenario Tigo escuchamos a lo lejos como The Joy Formidable daba otra presentación aclamada. Más o menos a esa hora arrancaba el concierto de los Stones en El Campin. Había llegado el momento de la colisión entre ese antagonismo, pero a la vez era el instante más grande para los conciertos en Colombia en toda su historia. Al menos para los extranjeros que vienen al país.
No éramos del todo conscientes de eso mientras íbamos a ver la banda más importante de ese primer día: Tame Impala.
Como decía uno de mis acompañantes, ese show de ellos en Estereo Picnic fue algo totalmente distinto al que pudimos ver cuando tocaron en SOMA hace más de un año. Pero algo permanece inalterable, Tame Impala es un acto de brujería disfrazada de pop y psicodelia. Es como fundamentalismo bien armonizado. Es un grupo capaz de llevarnos a obedecer cualquier mandato de Kevin Parker por absurdo que sea. Sonará exagerado, pero me dejó la sensación de que así debían ser los tiempos en que Bowie tocaba con el personaje de Ziggy Stardust. Con menos desenfreno, pero produciendo el mismo efecto de asombro y fascinación.
Arrancaron con “Let It Happen”, y de ahí en adelante seria casi que un show presentando Currents al completo. No las tocaron todas, pero todo el concepto de su show consistió en darle prioridad a ese material. Eso no es malo, de hecho “Alter Ego” y “Apocalypse Dreams” funcionaron mejor que nunca en vivo por ese motivo. El problema es que esa magia se rompió un poco cuando tocaron, curiosamente, “Elephant”. Parece que la tocaron algo apresurada y sin muchas ganas. Ya sea porque el público lo notó, o bien no supo cómo reaccionar frente a esa canción por como se desarrollaba el concierto, fue el punto flaco de su show.
Doblemente curioso es el hecho de que levantaron el show con dos de Currents: “The Less I Know The Better” y “Eventually”. Lo que me lleva a pensar que con todo y que la vieja guardia pareció darles la espalda luego del giro a los sintetizadores, para este nuevo publico la historia de Tame Impala arrancó con Currents. Es, supongo, el aval que necesitaba Parker para profundizar en esa nueva modalidad.
Sin embargo eso de “Elephant” y lo de los papelitos que lanzaron cuando sonaban “Let It Happen” y la final “New Person, Same Old Mistakes” (curioso que las dos mejores canciones de Currents sean la que abren y cierran su presentacion) me dejó pensando si no van camino a ser algo como lo que es hoy Coldplay: dulzón y poptimista hasta el ridículo luego de ser un grupo con melodías y liricas mucho menos predecibles. Esperemos que no. Pero la sensación que me queda ahora que la puedo aterrizar más es que bien nos puede salir un nuevo Todd Rundgren en toda la regla, o bien nos sale una versión menos irritante de ese proyecto de Adam Levine en banda también conocido como Maroon 5.
En lo que a resistencia se refiere, creo que lo dimos todo durante Bad Religion y Tame Impala. Nos fuimos a la plazoleta de comidas hechos polvo y algo trasnochados. Nos sentamos para recobrar fuerzas por una hora o dos. A lo lejos convencían Ela Minus y La Mínitk Del Miedo. No supimos de Mumford And Sons y realmente no nos interesaba. Creo que habríamos preferido ir a ver a Odesza si fuera el caso.
Allí nos reagrupamos, hablamos un poco de lo que había ocurrido en el día, nos pudimos reír al enterarnos de los detalles del concierto de los Stones, nos encontramos con algunos compañeros de Escena Indie, y hasta hubo tiempo para preguntarle a una conocida si no había sido ella la loca a la cual Kevin Parker le llamó a seguridad durante el concierto por, bueno, loca.
Finalmente a eso de las 11 y media de la noche cogimos rumbo hacia el Escenario Huawei para ver en que consistía eso que pedía tanto la gente cada año y todo eso que nos vendían de Die Antwoord. Vistos desde la música no son tan raros por mucho que incorporen polirritmia africana en algunas canciones junto a elementos del hip hop, el house y la EDM. No son combinaciones tan extrañas. Lo que sí es rarísimo para los estándares en los cuales se maneja actualmente la industria, es su concepto.
Obviando que Colombia no asimila su música como lo hacen en Sudáfrica (o sea, como música de ñeros) me recuerdan mucho a esos actos de los noventa donde había un DJ pinchando agresivamente mientras un frontman o dos saltaban para animar al publico mientras que cantaban (o hacían playback), muy propios de la cultura rave. Ninja y Yolandi representan eso desde una postura más pensada desde lo estético y el impacto que puede producir su imagen combinada con su música. Incluso sin usar imágenes, usar “Welcome To The Jungle” como una cortinilla a oscuras antes de que arranque el show dice mucho sobre lo que vivimos durante esa hora larga de presentación.
Tal vez por eso me llamaba más la atención verlos a ellos que a Zedd o a Jack U: porque había algo más que un tipo pinchando mientras unas luces exageradas parecían embobar al público más que entretenerlo. Más allá de si fascinan o aburren sus continuas referencias sexuales había en su show un factor humano tangible que le permitía a uno seguir la corriente. No es que representen un desafío a la industria en si (con todo y que después del video de “Fatty Boom Boom” la carrera de Lady Gaga no volvió a ser lo mismo), sino que ofrecen un concepto fresco del entretenimiento. Uno que si por algún motivo logra inspirar lo suficiente, puede marcar una nueva tendencia en los próximos años.
Hubo tiempo para estrenar dos canciones nuevas, tal vez las más sintéticas que les haya escuchado y, por supuesto, para los hits. “Fatty Boom Boom”, “Pitbull Terrier”, “Cookie Thumper”, “Ugly Boy”, “I Fink U Freaky” y ese final con “Enter The Ninja” que luego de la adrenalina que supieron desatar fue todavía más extraño por lo que parecía ser una ofrenda a los dioses o algo así. Un final abierto que daba esperanzas sobre lo que seguía.
Síntesis: Ni la lluvia se quiere perder esos tres días, la nueva guardia del rock colombiano dice presente, sorpresa con Albert Hammond Jr, Bad Religion o como ser un mejor acto de nostalgia que los Stones, el hechizo de Tame Impala, y... lo que sea que fuera Die Antwoord, que igual fue revelador.
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