jueves, 30 de marzo de 2017

Estereo Picnic 2017, la historia. Parte I: El final es el comienzo


El pitazo final era de hecho el comienzo de tres días donde la música (y el fútbol, por qué no) eran una excusa para reunirnos allí y alejarnos de la rutina de siempre.


Normalmente la ansiedad por estar en Estéreo Picnic me da es justo el día que empieza, no todos los días anteriores. Pero esta vez pasó algo muy diferente: la emoción me desbordó desde el mismo día en que me dijeron los de Escena Indie que me iban a mandar a cubrir el Festival. Y eso fue en diciembre del año pasado...

El motivo de esa emoción es que a pesar de asistir a las 5 ediciones anteriores, nunca lo hice acreditado hasta este año. En parte porque en los anteriores había un Noel Gallagher, unos New Order o unos Kasabian y sentía un poco esa responsabilidad de sacar de mi bolsillo para verlas. De una u otra forma, supongo, esa plata le llegará a los artistas y será como una retribución por inspirarme a meterme en este cuento de escribir sobre música.

Para esta edición eso no pasaba, pero irme por prensa obligaba a tomarme las cosas de una manera distinta a la normal, mucho más cuando no hay bandas que realmente me llamaran tanto la atención. Si, era un gran cartel, pero no era EL cartel. Encontré interesante el reto de ver una nueva edición de Estéreo Picnic desde esa perspectiva. Todo eso lo pensaba mientras iba en la ruta del Festival desde Centro Suba, afanado por ver si alcanzaría a ver el partido de Colombia contra Bolivia.


El primer día Estereo Picnic consiguió superar lo realizado el año pasado (o mejor, dejar claro que pudo haber asistido más gente el año pasado si no fuera por el concierto de los Rolling Stones al otro lado de la ciudad) convocando unas 20.000 personas para el primer día de presentaciones. Muchas de ellas llegaron temprano gracias al golazo (literal y metafórico) que se hicieron pasando en la pantalla del Escenario Budweiser el partido de Colombia contra Bolivia. Esa jugada le permitió a la gente tener un lugar donde ver el partido sin que eso interfiriera con su asistencia al evento, y al Festival asegurar que de una u otra forma estarían viendo los grupos nacionales programados para dar la apertura, cosa que en años pasados se ha criticado bastante. 

Podría decirse que incluso la coyuntura les permitió desafiar un poco el estereotipo de asistente habitual (hípster, snob, de clase acomodada), pues los espectadores de turno eran personas comunes y corrientes en su gran mayoría. No calzaban totalmente con la tendencia hípster/millenial con la cual se nos suele identificar, y hasta desafiaba un poco la regla que en años anteriores ha prohibido llevar camisetas de fútbol al evento (cosa que no impidió a unos cuantos colar camisetas del Manchester City para el concierto de Noel Gallagher...).

Esas primeras horas dejaron ver el punto donde aún queda debiendo el festival, y es el transporte. El flujo vehicular ya es algo de por si complejo en Bogotá cualquier día, imagínese lo que puede ser cuando miles y miles de personas se dirigen como pueden (ruta, intermunicipal, carro particular…) hacia las afueras de Bogotá para disfrutar de lo mejor de la música nacional e internacional al aire libre. A eso sumemos que era día de partido. Por supuesto, en hora pico se hace incluso más complicado el asunto. Se agradece la variedad en las posibilidades de transporte, pero el próximo año el reto será que estas sean más ágiles.


Llegué al lugar y di una vuelta rápida. Vi a la gente y me di cuenta que además de ser personas comunes y corrientes con ganas de ver el partido había bastante extranjero. Encontré unos guatemaltecos a la entrada, y no se hacia extraño ver tipos altos, blancos, hablando en ingles. En la noche vi hasta orientales metidos allá. Si bien tengo claro que Estereo Picnic absorbe mucho publico de la región por el cual no pasan los Lollapalooza, no esperaba un escenario tan cosmopolita.

Me puse a ver los escenarios y para mi sorpresa, el tercer escenario (denominado para esta edición "Escenario Moto") era perfectamente comparable a los otros dos. Evolucionó de ser un atravesado al lado de la plaza de comidas en 2015 y una ubicación más decente pero con tendencia a quedarse pequeño el año pasado, a una carpa en toda la regla. Sonreí para mis adentros al pensar que en ese lugar se iban a presentar Glass Animals, Bob Moses, Caribou y Richie Hawtin durante esos tres días, como presintiendo la intensidad de esos shows.

Volví al segundo escenario ("Escenario Budweiser" este año) para ver el partido. La demora del transporte hizo que solo me pudiera ver el segundo tiempo, donde Colombia hizo intentos muy estériles para abrir el marcador durante la mayor parte del encuentro, hasta que un penalti pitado a favor de Colombia pone a todo el Budweiser (con buen aforo a la hora del partido) a la expectativa. James Rodríguez cobra, el arquero ataja el primer tiro, pero no logra contener el segundo. Pasamos todos del madrazo colectivo al grito de júbilo por los tres puntos que (mereciéndolo o no) dejaban más cerca a la Selección del Mundial de Rusia en cuestión de instantes. Lo interesante es que el pitazo final era en realidad el comienzo de tres días donde la música (y el fútbol, por qué no) eran una excusa para reunirnos allí y alejarnos de la rutina de siempre. ¿Y qué mejor comienzo de Festival que saltando al ritmo impuesto por Nanook El Ultimo Esquimal?


Hasta el sábado cuando se subió Totó La Momposina, la agrupación bogotana puso el listón alto para el resto de agrupaciones nacionales con su rock directo, sin concesiones y desgarrado. Uno se imagina algo así por la forma tan arrolladora en que suenan sus discos, pero nunca lo dimensiona hasta que los ve en vivo. Hasta varios punks que estaban esperando a Rancid les dieron su aprobado de forma tímida pero clara. A ritmo de “No Puedes Perder”, “Lou Candy y Lisa” o “Yo Tambien Voy A Reclamar” junto a pedazos de varios temas nuevos que aún están por ver la luz, el quinteto nos puso a bailar y cantar con una fuerza y una recepción increíblemente positiva de nuestra parte. Tan potente estuvo el show que más tarde resultó insuficiente ver por ratos a Popstitute, Ságan y Seis Peatones, bandas que estuvieron bien, pero no consiguieron dejarme con la satisfacción y la euforia disparada como si lo hicieron los esquimales.


Durante esas primeras horas iba de un escenario a otro. La cantidad de gente se incrementaba poco a poco, mientras el espacio se hacía más reducido y me iba quedando cada vez más lejos de los escenarios al no poder avanzar mucho entre la gente. En ese lapso vi menos de lo que hubiese querido a AJ Davila en el Budweiser, pero demostró tener una gracia y un desenvolvimiento en escena que de hecho recordaba mucho a Adrian Dargelos de Babasónicos. Cositas garage, surf y del estilo post punk chatarrero a lo Suicide protagonizaron su show, este si con un público más indiferente frente a lo mostrado por el boricua. Probablemente un Escenario Budweiser rugiendo para que apareciera Rancid no fue el mejor contexto para disfrutar de su propuesta.


Abandoné el sitio luego de unos cuantos temas de Davila y fui corriendo a sorprenderme al escenario principal (el ya famoso "Escenario Tigo"). Todos los años que he asistido al Festival me permito un espacio para eso. Para dejarme tramar de una banda, cualquiera que sea. La elegida este año fue Cage The Elephant, pero lo que en principio era averiguar si tantas palabras bonitas sobre ellos eran ciertas terminó siendo algo muy diferente, pues en esa hora de presentación practicamente redescubrí el rock.


Mis respetos a la banda de Kentucky. Aunque les he escuchado canciones en el pasado, la cosa no solía pasar de un "see, están bien". Ni en mis sueños más locos imaginé que esas pocas canciones escondieran un grupo así de potente, ni mucho menos un frontman como Matt Schultz, con un rango vocal respetable y una capacidad de conectar con la gente fuera de serie. Sus movimientos eran los de un Mick Jagger en plenitud pero con algo más de cordura (o sin la locura suficiente, dependiendo de cómo se vea). Pero mientras él junto al baterista Jared Champion y el bajista Daniel Tichenor tenían la pinta de rock clásico revivalista a lo Kings Of Leon, el guitarrista rítmico Brad Shultz tenia un aspecto más propio de los cassuals que se convirtieron en tendencia a fines de los ochenta en el Reino Unido, como aportando el factor freak al panorama. Hasta llegó con el pelo corto y todo, como si recién hubiese salido del estadio luego de ver a su equipo favorito. Coincidencias que llaman…



Esa noche Cage The Elephant sonó como el resultado de ver a Mick Jagger cantando en Cheap Trick. “Too Late To Say Goodbye” y “Trouble” tenían la melodía y el tono de estadio necesarios para poner a corear a los miles que estaban congregados allí. Y no dudaron en ponernos a saltar cuando tuvieron que tocar temas del último álbum tipo “Cold, Cold, Cold” (seguramente la que mas me gocé de su show) o “Mess Around”, o bien algo de su repertorio clásico como “Ain’t No Rest For The Wicked”. Fue un show donde por momentos volvimos a 1974 (el año en el cual el rock alcanzó su perfección en palabras de Homero Simpson). Para los que íbamos con referencias limitadas sobre ellos, nos han dejado con ganas de conocerlos más a fondo. No van a ser los únicos en despertar esa sensación durante los tres días.


Cuando terminó Cage The Elephant abandoné por un rato el Escenario Tigo para tomar algo de aire, tantear el terreno (ya vuelto un barrial como al que estamos acostumbrados los residentes habituales en los últimos tiempos) y ver aunque fuese por unos minutos a Rancid. Aunque no soy fan ni mucho menos, ver a uno de los grupos punteros del punk californiano es una tentación irresistible por lo que representó para muchos de nosotros en la adolescencia. Casi que era una cuestión de cultura general antes que de meterme al primer mosh que se formara a mi alrededor. 


Al igual que con Bad Religion el año pasado (aunque salvando un poco las distancias) la banda liderada por Tim Alexander reafirmó el feudo punk de Estereo Picnic. Puro voltaje, pura garra y pogos al por mayor donde el ska se perdía entre las distorsiones calculadas de su faceta neo punk. Me sorprendió que en medio de esa contundencia sonaran bastante fiesteros, siempre cuidando de no parecer unos viejos a los cuales ya los dejó el tren. Estuve unas cinco canciones y nuevamente como pasó con Greg Graffin y compañía, tuve que irme a pesar de quedarme con ganas de más Rancid para cumplir una cita con el destino. O mejor, con el nuevo presente de la música internacional.


Aun no me explico cómo lo hicieron, pero esa noche The XX se ganó mi respeto. Si bien antes del Estereo Picnic pensaba que los londinenses eran el nombre más importante de esta edición por el álbum tan increíble que están promocionando ahora mismo (‘I See You’), me costaba comprender mucho de su esencia como banda. Hasta ese jueves eran una banda muy rara para mi gusto, sin la cohesión necesaria para justificar toda esa experimentación y esas atmósferas que solían mostrar en sus primeros discos.


Bueno, pues esta noche dieron cátedra en todos los sentidos posibles. Pop versátil que podía ir de los ritmos discotequeros a lo reflexivo e intenso de su repertorio más orgánico, Oliver y Romy dando interpretaciones vocales impecables y aportando desde el bajo o la guitarra los elementos que complementaran todos los ruidos y los beats que aportaba su líder, amo y señor del universo. Jamie XX. Era el perfecto ejemplo del titiritero controlando toda la situación hasta el más mínimo detalle. Mientras él se encargaba de eso, Oliver y Romy eran los responsables del carisma y de interactuar con el público. La emoción con la que fueron recibidos por la gente llevo a que Oliver soltara lágrimas o mostrara sus ojos aguados varias veces, pero no fue inconveniente para rendir al máximo.


El show estuvo centrado, por supuesto, en las canciones de ‘I See You’. “Say Something Loving”, “Lips”, “A Violent Noise”, “I Dare You” y claro, “On Hold” (que incluía improvisación de Jamie en sus consolas), sonaron con una brillantez totalmente inesperada para quien escribe. Fueron los temas que se encargaron de hacer fluir el show. De las más veteranas, me quedo con “Infinity” (lo que hace Romy con la guitarra en esa canción…) e “Intro” entre los puntos altos de la noche. Una donde The XX se reveló como una maquina pop perfectamente aceitada, casi como si hubiesen revivido a Eurythmics con armas nuevas. De hecho son grupos que tiene mucho en común, pues tienen al tipo controlador, a la diva cantante (o divos en este caso), y elementos electrónicos aplicados a una base orgánica. La gran diferencia está en que mientras Annie Lennox y David Stewart miraban hacia los años sesenta y setenta en busca de inspiración o estructuras para sus temas, The XX no mira tan atrás. Hoy por hoy sienten tanta debilidad por el Top 40 de Billboard como por The Cure o Siouxsie And The Banshees. Y mal no les va.


Concluida su presentación dirigí mis pasos al Escenario Moto para ver el futuro: Bob Moses. Un grupo canadiense que un buen amigo me recomendó bastante y del cual escuche algunas canciones que de hecho sonaban bastante bien. Pero para ser sincero no imaginé que en vivo tuviesen la capacidad de ser tan inspiradores como lo fueron en Estereo Picnic. Sin problema se escuchaban beats o golpes de su baterista de gira entrelazados, o momentos de piano entrecruzados con ruidos sintéticos aportados por Jim Vallance, o apariciones de la guitarra de Tom Howie que tienen esa presencia etérea pero a la vez firme, muy al estilo de la música de cantautor.

Su repertorio iba en tantas direcciones que a ratos cuesta describir apropiadamente su presentación. Tiene cosas trip hop ("Keeping Me Alive" en esa linea sonó estupenda), cosas soul, cosas del estilo de producción de Disclosure… “Like It Or Not” y su reconocida “Tearing Me Up” fueron lo más coreado de la noche en un Escenario Moto que increíblemente estaba lleno para su presentación. La euforia contagió al dúo y terminaron ofreciendo una de esas presentaciones “de culto” que suele tirar Estereo Picnic de vez en cuando.


Cuando terminó su presentación tuve una especie de epifania. Tenia pensado ver a The Weeknd al menos un rato para saber que no me iba a sentir cómodo de ninguna manera, pero mientras salia del Escenario Moto, me di cuenta que el Escenario Budweiser estaba prácticamente vacío. Usé el sentido común, preferí no amargarme el día viendo a un tipo que no es malo pero en realidad no tiene mucho para ofrecer que pueda ser de mi agrado para ver lo más cerca posible a uno de los proyectos que definieron nuestra generación en todos los sentidos posibles.


Justice fue, como leí en algún comentario en estos días, algo para contarle a los hijos o los nietos. Fue un momento donde las luces, la dinámica alocada que resultaba de mezclar la rigidez y voltaje del rock con el ritmo y euforia irresistibles del house se hicieron uno y pegaron de frente a todos los presentes. Era como si Kraftwerk hubiese inventado el house, pues la sencillez de las visuales (que no por eso dejaban de ser espectaculares) funcionaba como un disparador para su música.

Lo que más me sorprendió del dúo fue sin embargo la forma en que podían usar guitarras sampleadas y ponernos a bailar, o aprovechar el sintetizador de la manera más estridente posible. En cualquiera de los casos nos enloquecían. Todo eso sin que Gaspard y Xavier interacutaran de manera particular con el publico. Son de esos tipos que dejan a la música hablar por ellos. Y eso es algo digno de admirar, pues no son tantos los que tienen el valor para tener esa clase de relación con la audiencia.


"D.A.N.C.E", "Genesis" y "Phantom" funcionaban igual de bien que siempre, pero fueron realmente las canciones del 'Woman' las que se robaron el show. "Love S.O.S.", "Safe And Sound" y muy especialmente "Chorus", que por momentos entraba directamente a territorio de The Prodigy. Algunos me dijeron que era exagerado comparar a Kraftwerk con Justice, pero la verdad no lo veo tan asi. Lo que sale de esas maquinas y esos amplificadores tiene tanto de experimental como de bailable. Cuando se le suma esa dinámica fría de los interpretes en el escenario y unas visuales tan sencillas pero a su vez tan contundentes resulta difícil no tener eso como referencia para explicar lo que pueden hacer los franceses en vivo.


A las 2 y media de la mañana terminaba Justice mientras Damian Lazarus pinchaba en el Escenario Moto. Solo lo vi un rato a lo lejos, admirado por ese house tan oscuro que pinchaba, pero también cansado y preguntándome como diablos haría para levantarme en unas pocas horas para cubrir lo que debía cubrir el viernes. En la ruta de Estereo Picnic que me dejaría en Centro Suba escribí algunas notas medio dormido sobre lo que había pasado en el día, esperando que me sirvieran cuando tuviese que sentarme a redactar todo esto que ahora leen. No sirvió de tanto, pero fue un buen intento. Cuando llegué a mi casa eran las 4 y media de la mañana, mi padre ya estaba despierto y alistándose para salir a trabajar. Me preguntó como me había ido y si así de tarde llegaría todo ese fin de semana. Respondí afirmativamente, a punto de caerme del sueño. Un momento algo surreal, seguido de un pensamiento que tuve antes de dormirme: "¿Cómo va a superar The Strokes todo lo que vi hoy?".

Mañana la segunda parte.



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