martes, 21 de marzo de 2017

El otro debate sobre Rock Al Parque y su tutela


Este debate no tiene victimas. Solo victimarios.


La vida es eso que pasa cuando hablamos de qué es y qué no es rock para meterlo en Rock Al Parque.

No voy a molestarme en caer en ese cliché aburrido de intentar definir el rock o explicar cual debería el enfoque que debe asumir Idartes con su producto más preciado, pues eso ya lo hice aquíaquí y aquí en el pasado. Mejor hablemos de "rock colombiano". Es un poco más aterrizado hablar de eso.

Porque créanme, recaer en eso de definir el rock es algo super molesto. Tanto que a veces me obliga a preguntarme si realmente existe el rock colombiano, porque deprime ver nuestro entorno lidiando todo el tiempo con visiones disociadoras en vez de conciliadoras sobre eso. Muchas subculturas se han formado con el paso de los años alrededor del metal, el punk, la fusión de folclor con elementos de música contemporánea (no necesariamente el rock de guitarras tradicional entra en esa categoría), y últimamente el indie colombiano encontró un lugar y una ventana hacia el mundo a raíz del éxito de Estereo Picnic (así sea una versión a ratos amañada de lo que realmente es el indie) sin olvidar escenas más pequeñas como las del rockabilly, la del gótico o la del garage rock más rasposo y añejo.

Todas comparten elementos en común: un desprecio más o menos pronunciado hacia los medios de comunicación hegemónicos enfocados hacia la música por priorizar las tendencias y desecharlas con la misma velocidad que las acogen, sin mencionar su fijación irrefrenable hacia el vallenato y ritmos latinos que a lo largo de la historia han ido del merengue al reggaeton. De hecho el metal y el punk llegaron de agache y enfrentaron la censura y el rechazo público desde el principio por esos dos factores. Del indie se podría decir algo similar (Arctic Monkeys no caló con fuerza gracias a Radioacktiva, precisamente). Hasta la fusión tiene una expansión todavía limitada en el país a pesar de la forma en que ha redefinido el concepto de folclor a nivel internacional. Todos ellos se armaron desde abajo y han buscado crear un circuito, una escena, un espacio para expandir y mostrar eso que con tanto esfuerzo hacen año tras año.

El problema es que todas tiran para su lado cuando llega la hora de tomar decisiones relacionadas con esa visión general del rock colombiano. Y no es realmente culpa de ellos. ¿Por qué deberían apoyar a otros géneros que no tienen nada que ver con lo que hacen si desde el principio se armaron ellos solos? La verdad es que cualquiera que sea el estilo de rock en cuestión, tiene todo el derecho de defender su pensamiento. ¿O es que el punk se quedó quieto frente al rock progresivo? ¿O es que el metal de la NWOBHM fue indiferente al punk? La historia del rock (que esa si es importante de tomar en cuenta) nos dice que todo el tiempo sus cambios se dieron por acción y reacción. Es normal esa situación.

Sin embargo, cuando hablamos de un evento masivo, gratuito (o de pago indirecto, al menos) donde el leit motiv es agrupar y promover todo lo que pasa en el rock colombiano, ahí si las opiniones necesariamente deben adquirir un tono muy diferente. Porque lo que pasa ahí no es solo lo que considera Felipe Szarruk (o sus detractores) que pasa, sino lo que miles de bogotanos vemos que pasa (y no pasa) con Rock Al Parque. 

¿Y qué es eso que pasa? ¿O no pasa? Que “el Festival gratuito más grande de Latinoamérica” está en una decadencia rotunda, que no fomenta el consumo de rock (o sus derivados) fuera del evento entre muchos de sus asistentes y no ha buscado formas de replantear debidamente ese paradigma. Se mantiene con dinámicas noventeras (esto ya no puede seguir siendo como el Lollapalooza que planteó Perry Farrell originalmente, por favor) y se niega a salir de ahí bajo el argumento de que esos fueron los años dorados del rock colombiano. Tomando eso en cuenta hasta entiendo que las 1280 Almas decidieran declinar futuras invitaciones a Rock Al Parque.

Con el paso de los años eso ha llevado a que el público se haya mantenido prácticamente sin alteraciones ideológicas desde los noventa. Cosa fatal, pues ya no estamos en esa misma época. Ahora hay Internet, hay ideas y actores muy diferentes para difundir y apreciar la música (ya ni hablar de todo lo demás). ¿Cómo es posible que hayan permitido eso? ¿Solo veían tendencias rock por MTV? ¿Decidieron simplemente que después de que MTV cambiara su programación por realitys no había otras historias contándose desde las guitarras?

Lo grave es que los medios de comunicación que cubren cada año Rock Al Parque (los grandes, no necesariamente los pequeños) son igualmente responsables de esa situación. Teniendo todo el aparato logístico necesario para cubrir como es debido y sin caer en lugares comunes el evento, no lo hacen. ¿Por qué? Porque lo de ellos nunca fue el rock. Y por eso le dieron la espalda cuando el montaje de los noventa alrededor de La Derecha, La Pestilencia, Aterciopelados y similares terminó. Cuando eso ocurrió el peso del festival se sostuvo en las bandas extranjeras, con lo que llegamos a esa situación en la que el público mayoritario no está desde las primeras horas del día viendo a todos los grupos, sino viendo lo que le importa: el gran nombre extranjero del año, sea metal, punk o lo que sea. Y gratis, porque pagando solo van los niños "bien". Hasta el público se "vendió" cuando adoptó eso como su idiosincrasia.

En resumen, este debate no tiene victimas. Solo victimarios.

Pasemos a la tutela que interpuso Szarruk (que a la fecha fue rechazada en segunda instancia y está en proceso de apelación) la cual tiene dos puntos clave: la denuncia de malos manejos por parte de Idartes en la selección de las bandas, y la redefinición de lo que es rock para meterlo en Rock Al Parque.

La denuncia de corrupción en Idartes sin dar nombres concretos pierde piso. Sin embargo, todavía se podría preguntar cómo es posible que en los últimos años bandas como AppleTree, Desnudos En Coma o Nanook El Ultimo Esquimal se hayan presentado a convocatorias del Festival y hayan sido rechazadas. ¿Tan mal lo hacían? ¿Tanta palanca se necesitaba? ¿Tan difícil era saltar a un ritmo de guitarras diferente al del promedio? Con toda franqueza, dudo que ese rock que hacen ellos sea menos valido que el que vemos todos los años en el punk más chatarrero que sale a tirar proclamas desfasadas en el tiempo, o en tanto del metal colombiano que cuando no quiere ser un emulo de Kraken o Rata Blanca, caen en eso de que el ruido y la velocidad compensarán todo lo demás.

Y esto, aclaro, no es una cruzada contra el metal o el punk, pues de hecho mucho de eso suele agradarme. Pero ilustro mi postura con lo siguiente: de las bandas del año pasado me gustó muchísimo Deafheaven. ¿Por qué? Por responder a una definición completamente distinta de metal. Una bien contemporánea. La edición del 2015 incluso tuvo en Atari Teenage Riot un acto digno en fuerza y presencia de cualquier grupo típico de guitarras (incluso obviando que su sonido no fue el mejor). ¿Eso ha visto eco en las bandas nacionales? Al parecer no, porque no he visto ninguna de ese corte en Rock Al Parque hasta la fecha.

A Szarruk le reconozco algo, sin embargo, y es que ha luchado por defender eso en lo que cree desde Subterranica. Sea acertado o no, sea coherente, responsable o sensato con la actualidad del género en el país y en el mundo, o no, lo defiende. Y eso es algo que no pueden decir tantos en Colombia. Pero el daño que produce esta acción suya puede ser irreversible, pues si lo buscaba o no, cualquiera de las dos situaciones deja en jaque el nombre de Rock Al Parque. Si la tutela es aprobada y se obliga a replantear todo el evento desde los postulados planteados por Szarruk y sus referenciados académicos podría quitar las fusiones, la electrónica y quien sabe cuántas cosas más. Pero más allá de eso, en el proceso se corre el peligro de marginar manifestaciones inspiradas en el post punk, la neo psicodelia, el shoegaze o el britpop que a pesar de ser aun minoritarias podrían tener aun menos peso del que tienen hoy a la hora de aspirar por un lugar en la tarima del Simón Bolívar. 

Si el fallo aprobatorio llevara a situaciones tan extremas como que se acabe Rock Al Parque, podría forzarse una situación donde el público no va a poder ir a conciertos al no tener plata (o no querer gastarla) en conciertos de esas bandas pequeñas, Y claro, ya sabemos qué va a pasar con esa plata del Distrito...

Si la tutela es reprobada y Rock Al Parque sigue como si nada, los manejos cuestionables alrededor de la selección de bandas o de las acreditaciones de dudosa idoneidad, continuarán. Tanto las facciones más radicales con eso del metal o el punk van a querer tomar más posiciones mientras la fusión responderá manteniendo las suyas o expandiéndose también. Y entonces ¿Qué queda para la neutralidad? A los que crecimos escuchando el indie del nuevo milenio, a los que vemos allí una continuidad muy particular del rock, o a los que se ligaron a subculturas más reducidas en espectadores y bandas, ¿Para nosotros no hay espacio en el Simón Bolívar? ¿La tolerancia estaría limitada solo a las facciones que más gritería hacen?¿Qué tiene que decir Idartes al respecto? Por lo visto nada, porque han decidido no referirse públicamente a la tutela.

Sería muy limitado creer que el rock se define solo por un sonido, y muy simplista considerar que solo la actitud dinámica “rockstar” de un músico lo pone en esa etiqueta porque sí. Por eso es tan ingenuo querer que exista solo una definición de rock. Por eso es tan molesto que los procesos de curaduría ignoren todo el tiempo esa realidad. Por eso todos los años Rock Al Parque nos tira ese bucle perdido en el tiempo cada año (aun reconociendo que en las ultimas dos ediciones se han esforzado por dar un cartel decente). Y ni siquiera es el mejor bucle temporal de los noventa ahora mismo en el país, pues Rock & Shout el año pasado con casi nada de experiencia a sus espaldas demostró que puede ofrecer algo mejor en esa linea.

Otro punto que llamó mi atención fue el de criticar el uso de un porcentaje mayoritario para contratar bandas internacionales, pero en eso si me pongo del lado de Idartes. No se puede simplemente prescindir de la cuota extranjera, mucho menos cuando puede ser la que más inspire nuevas formas de interpretar el rock (y por qué no, la música). Y ese tipo de bandas, reconocidas o no, innovadoras en su campo o no, cobran fuerte.

En una ocasión tuve la oportunidad de hablar con Álvaro González ("El Profe" de Radionica) para saber su opinión sobre el rock colombiano post-Aterciopelados. Cuando le preguntaba por el rol de Rock Al Parque en los cambios de este siglo fue muy claro: "lo que fue Rock Al Parque para los noventa, lo es Estéreo Picnic para esta nueva generación". Y aunque en el evento de la Autopista Norte también les cuesta garantizar en ocasiones las condiciones de sonido ideales para las bandas colombianas (incluso una vez hicieron "la gran Rock Al Parque" de ponerlos en escenarios alternos para dejar todo lo duro e internacional en el principal) con toda seguridad es hoy con todo y su élite de considerable poder adquisitivo, una ventana hacia el reconocimiento en la escena colombiana más duradero de lo que es hoy Rock Al Parque.

En resumen, ni Idartes ni Szarruk me representan. Ambas cosas son el pasado. El presente y el futuro exigen otras cosas, otras ideas, otros personajes, otros espacios y otra clase de rock. De eso se trata para mi el rock: de gritar "afuera lo viejo, bienvenido lo nuevo. Así sea reciclado". No conozco tanta gente en el país que encarne ese pensamiento, pero ahí esta. Ellos son los que deben tomar las decisiones sobre lo que pase con Rock Al Parque y con el rock colombiano a partir de ahora. Y tarde o temprano, las tomarán.

No sé si en Idartes con toda su burocracia lo sepan, pero si ni siquiera esa tutela que nos puso a todos a conversar sobre esto nuevamente los despierta para quitarse ese palo en la rueda del progreso que son las roscas y los chanchullos para garantizar una mejor utilización de esos recursos en todo sentido (logística, mejor sonido, mejor oferta en la comida, una curaduría sensata con los tiempos que corren y con la realidad cosmopolita de Bogotá) lo que año tras año transmite Canal Capital y cubrimos en nuestros portales con la responsabilidad del caso seguirá siendo solo un zombie de lo que alguna vez fue “el Festival gratuito más grande de Latinoamérica”.

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